domingo, 21 de marzo de 2010

13:20 am

Hay historias que no gustan. Nadie en su insano juicio leería las memorias de un tipo vulgar, aquel hombre bueno que no hizo más que estar, y en algún momento irse. Hice lo que hice, porque soy el demonio, y al demonio a menudo le prestáis atención. La historia la conocisteís hoy durante el baño televisivo de la comida, la hora elegida, por tanto, no pudo resultar mejor a este fin. Mientras escribo, ireís conociendo más y más detalles; como quién era el anciano sentado en aquel banco, dónde vivía la pareja que desafortunadamente cruzaba hacia el parque, a cuantos kilómetros del hospital dejó de latir el corazón de aquel joven, la función de teatro que tenía ese pequeño ángel rubio aquella misma tarde en la escuela, o como su madre murió abrazándole. Mi retrato se emite ahora en nosecuantos canales, una y otra vez, fotos en blanco y negro, en color, incluso fotos de mi infancia, y opiniones de mis vecinos diciendo que siempre fui un tipo raro. Ese es mi rostro. Es el retrato del demonio, son unos ojos y una boca detestables, es el retrato del mundo, nuestro retrato.

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