sábado, 4 de abril de 2009

Nuestras Guerras

Llegan siempre sin avisar. Aún cuando sabemos que vendrán nunca las esperamos, son siempre inoportunas. Vienen y con su aliento sin vida nos regalan muertos. Sonidos de bombas que les roban a las victimas hasta el sonido de su propio llanto. Qué absurdas son. Miles de hombres viajan engañados y creen que su victoria les dará eternidad, o al menos gloria. Aviones grises vacían sus vientres pariendo destrucción, mientras los vientres de tierra se secan.
Siempre hacen perderlo todo, siempre pierden todos. Se pierde la razón y con ella se va todo lo demás. Los ojos de tanques y rifles son los únicos abiertos, pues las personas están cegadas, o por odio, o por miedo. La humanidad se pierde en enormes columnas de humo, y entre explosiones se trafica amor a balazos. Los charcos solo reflejan sangre y hasta el cielo se sonroja por vergüenza.
Son las peores compañías, en los peores momentos. Los pájaros que no caen abatidos huyen, pero no por miedo sino por asco. La gente alrededor de ellas tampoco mira, pero esto es por cobardía. Seguimos con nuestro pequeño micro mundo, con nuestras compras, nuestros absurdos problemas, nuestros buenos días, nuestras mejores noches, nuestro egoísta mundo acartonado y fronterizo. Son días tristes, días en los que según Neruda, uno se cansa de ser hombre. Si ser hombre es algo así, que me llamen cerdo.
¡NO! Gritan desde miles de rincones del globo, no a tantos tanques pisando tierra y sueños, no a tantos aviones volando cielos e ilusiones, no a lo absurdas, estúpidas e inútiles que son todas, no a tantas victimas y tantos verdugos, no a acostarse cada noche pensando si mañana se acabarán; y desde luego, no a levantarse la mañana siguiente y darse cuenta de que, esta vez tampoco, han acabado de matar.

2 comentarios: