En varios días alcanzamos a decirnos media docena de palabras. Habíamos asumido en silencio la vuelta a lo más primitivo del ser. Despojamos de todos sus frutos al único árbol, y acabamos masticando lentamente la hierba crecida a su alrededor. Tras los arañazos, la lucha por la posesión, la rabia, la inferioridad alternada luego con envalentonado orgullo, el asco por todos los dientes y los penes que te han hablado del amor, en mitad de la soledad del paraíso y con tantos sentimientos en los que me irreconozco, no me quedó nada de humano. Pastábamos. Al final nos sobró además de la palabra, la ropa, nos la arrancamos aburridos, y terminamos por masticarnos despacio el uno al otro. Sin razón ni argumentos, sin un aprendizaje, amor instintivo.
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