En el 2007, John Steinack, distribuidor de muebles y escritor aficionado, sufría un repentino ataque de silencio en plena Quinta Avenida. El fenómeno -según él mismo me contase- duró unos treinta segundos, en los que la populosa metrópolis enmudeció ante el atónito Steinack, hasta su desmayo. Desde entonces se ha dedicado -me muestra sus densos trabajos- a perseguir el silencio a lo largo de los siglos y los continentes. Resumo aquí algunos ejemplos:
Durante la Guerra Fría, un científico soviético dedicado al desarollo de nuevas armas moría en extrañas circunstancias, habiendo dejado escrito entre sus notas "lo he encontrado, he aislado un instante de maravilloso silencio"
En esos años, un astronauta americano trato de salir sin protección alguna al exterior de la aeronave, poniendo en peligro a la tripulación y la misión asignada. En el acta del juicio que le apartó para siempre del espacio, los testimonios de sus compañeros reproducen las palabras del enloquecido astronauta: "Está ahí fuera. Hay que salir. Escuchad el silencio, escuchadlo"
A principios de siglo, un explorador y biólogo finlandés se perdía para siempre en los hielos del Ártico. En su trineo, arrastrado de vuelta al campamento por sus perros, se hallaba su diario, con una reveladora última anotación: "Se que está un poco más alante. Es el Silencio"
A finales del siglo XIX, un prometedor tenor quedó paralizado durante su actuación en la Ópera de Berlín, "ajeno a este mundo", "ingrávido", atacado de silencio, "como un ángel". Finalmente caería en desgracia tras la desatrosa actuación de aquella noche.
En la Edad Media, en Francia, una mujer era quemada por practicar la brujería. Durante el auto, según palabras que dejase escritas el tribunal inquisidor "la bruja enmudeció a todos los presentes y al propio tribunal para impedir testimonio que la condenara. Su magia calló también a los animales del pueblo, los gallos y los caballos, e incluso al viento y los otros elementos"
Siglos antes, un erudito de las montañas del Caúcaso excavaba varios kilómetros de galerías en el duro granito en busca -se reían las gentes de su demencia- de esa cualidad plena de la roca.
En la lejana China de Confuncio, buscando a ese amigo que nunca traiciona, un anciano maestro pasaría una treintena de días bajo un cerezo sin comer y sin moverse aparentemente para respirar siquiera.
En las paredes de una cámara funeraria egipcia aparece un personaje desconocido, con cuerpo de hombre y la cabeza oculta por una especie de nube de oro, rodeado de toda suerte de personas y animales irreconocibles por carecer de ojos, orejas o boca. El Silencio.
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