lunes, 2 de noviembre de 2009

árbol

Se detiene, sentado, bosteza, se estira, le está ocurriendo de nuevo, enraízan sus piernas, solidifica su sangre, piritan su pensamientos en perfectos frutos dorados; y pasa un minuto tan fácilmente que se queda a esperar al siguiente, y al siguiente, y al almuerzo, y pasa la hora de la siesta durmiendo su alma, y como no recuerda si el tiempo dependía o no del espacio, se queda allí, porque está cansado, y ansioso del siguiente ciclo de la vida, quieto, porque ha encontrado un buen sitio para ver el atardecer de las cosas, que agradable es la brisa, que insulto el humo de ruidos, y siente como el pulso se desliza cálido en su cuerpo, cierra los ojos y crece, con los pies calentitos en la tierra, sólo tiene memoria, no tiene destino, nadie sabrá lo que él ha vivido si no contando los anillos de su tronco seccionado, no tiene prisa, arrugas y un poco de todos los amores, y siente en el reposo la saviduría fluir por sus vasos y el odio que se le escapa en forma de pegajosos eructos, desapareciendo para siempre los nervios y el dolor de cabeza, se encorchan los músculos, su respiración un tierno crujido, y deja, por fin, de morir.

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