sábado, 12 de diciembre de 2009

cuento de invierno: el manco

Voy por ahí preguntando sobre él. Miguelito, cruzando como a lo tonto la plaza, es, entre otras muchas cosas, manco. Lo conocemos seccionado, pero Miguelito un día tuvo dos manos y hasta me dicen que dos corazones. Hacemos como que no notamos el miembro transparente que asoma de su manga izquierda, igual que nadie toma ya en serio las cosas que dice. Y es que al pobre Miguelito, cuchichean, más que la mano, le falta algún que otro tornillo. No siempre fue un loco, loquito sí, pero brillante viviendo y callando. Pasea solo, pero no siempre fue así. Hace tiempo, oigo, el Miguelito caminaba con una joven como las de las películas, quizá algo más menudita que éstas, para agarrársele bien bajo su abrazo. Ahí mismo compartía con ella uno de los corazones, y se volvía de repente tan vulgar y tan hermoso, que le salía a uno llamarle Miguel. Luego, me recuerdan, ya andaba de aquí para allá solo, sobrado de corazones y de razones de vivir, como desperdiciándolos. Entonces debió ser cuando Miguelito enfermó, calculan. De celos, apunto extrañado. Él, que no había conocido los celos si no en las novelas; que nunca tuvo con quien batirse con la espada por poseer lo que no le pertenecía, pues claro, enloqueció. Sintió celos y recelos, de lo vivo y lo inerte, lo que se inventaba y lo veraz. Sentía tantos celos de él mismo, que nunca volvió a ser él.
¿Y la mano?, pregunto. Ay, hijo, él mismo se la cortó. Su mano derecha ardía en celos, no termino de creérmelo, de no haber tocado ella primero a aquella joven. Una mujer como las de las películas.

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