jueves, 17 de diciembre de 2009

cuentos de invierno: la nieve

Pierdo el autobús. Encuentro en la parada a Napoleón muerto de frío, con la diestra escondida bajo la chaqueta azul. Busca algo en la alfombra de nieve, a un lado y otro, y de pronto se lanza a la carrera. Recupera su posición delante mío, mostrandome un guante como justificación. "Mal día para perder el guante", digo entre las solapas. "La verdad es que sí. Con los guantes que pierdo y los paraguas que rompo, no se si sobreviviré al invierno". Sonreímos los despistados. "Menudo desastre estoy hecho, un día voy a perder la cabeza", me confiesa. Subimos al autobús, y en cuanto quiero darme cuenta el hombre se ha perdido. Saco un bolígrafo y volvemos a encontrarnos sobre la nieve del cuaderno. Hoy me permito perder un poco el tiempo, y la cabeza.

Por allí cerca, Elena se levanta tarde y ojerosa. Descorre una cortina al patio de vecinos. La caldera y el café rugen mientras se da una ducha. Se viste y sale a hacer algo de compra. Encuentra en la acera un perfecto círculo de nieve bajo alguna sombra. Está parada ahí en medio, con las bolsas de la comida, mirando la mancha blanca y el suelo alrededor, alternativamente, luego mira embobada al cielo, la nieve, el suelo, la nieve, el cielo.

Al otro lado de la ciudad, Carlos ve como fuera la nieve va cubriendo trabajosamente todo, intentando hacerle olvidar lo que había debajo. Vaga por una noche remota. Recuerda la vergüenza asomando bajo la sábana al frío de la noche, las cicatrices, el silencio. Recuerda bien las primeras notas de aquel silencio. Una mano ardiendo le devuelve al mundo. Al calor de otro cuerpo, sueña que vuelve a desnudarla en aquella pesadilla.

En el barrio, la casa blanca mira a las demás por encima del hombro, radiante, vestida toda de desnudez. Ha nevado de madrugada, y las casas feas se han levantado dando saltos. Ocuparon la calle, se revolcaron y se lanzaron bolazos. Una se coloca nieve en las orejas y el porche, y pone vocecilla de anciano. Todas ríen. Sorben sus granizados, ruedan una enorme bola calle abajo o esculpen una casita de nieve con un abrigado tejado de remate. La casa blanca no existe. Ni ella misma diferencia la nieve de la punta de su nariz.

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