domingo, 19 de septiembre de 2010

el hombre mira una nube

y al instante no es nube. Es muy rápida, siempre inmensamente más rápida que su memoria, la cámara o el lapicero. Ante el disparo de aves en el cielo, el cambiante brillo en infinitos ojos espectantes, o frente a las fugaces chispas del maíz en la brasa; no siente la lentitud del superviviente a lo instantáneo, la inmortalidad acotada a una larga vida. Sobre esa tierra, ya no es narrador, ni Señor, como fuese, de un cosmos antropocéntrico. Sólo es carne volátil bajo el sol, agua de desconocido origen y rumbo. Apenas cubre un metro con cada zancada y sólo tiene dos manos minúsculas que no abarcan más que un abrazo de aire infinito.

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